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Estío


Estío

Rita María Gardellini

Cuatro, tres, dos… -respiro en una bocanada profunda, satisfecha- y compruebo de nuevo.

Primero chequeo la soga, a continuación si la mochila se encuentra bien agarrada con el cinturón al frente. Ya saben, nada de improvisaciones toscas e inútiles; costó su buen dinero en efectivo pero adquirí una de esas mochilas profesionales que también se sujetan por delante. Recuerdo al imbécil del comerciante y la risita infame al explicarme que era una mochila demasiado grande para mi tamaño, ¿iba a inventar que era para obsequiar? No, claro que no. Lo miré con mi displicente asco y la elegí: perfecta. Me llevó casi veinte días encontrar todo el peso para cargarla. No es tan sencillo como parece, la mayoría de las cosas son de materiales livianos y yo quería que con el menor volumen pesara lo que más se pudiera. Obvio, ya dedujeron: primero la subí a la escalera vacía, y la fui completando hasta llenarla.

Si, las escaleras: dos, de esas de pintor, que se abren como tijeras, bien seguras. No voy a indicar que demandó tantos días pero sí lidiar con otro empleado idiota que me miraba curioso como yo las ubicaba en el local, cuando se sumaron tres empleados a observarme, casi estoy tentada a pagarlas en cuotas pero no, efectivo.

Tengo un muy buen ojo en lo que es la geometría topológica –no quiero interrumpir a nadie con la búsqueda de un diccionario, pensando que es un detalle relevante, así que facilito y les aclaro: es la geometría del espacio- , así que al tercer intento ya había seleccionado las escaleras. Imaginé la escena: al subir por la escalera “A”, me permitiría colocarme la mochila en la espalda que estaría ubicada arriba en la escalera “B” que es un poco más alta, sin tener que maniobrar ni mover la mochila, sólo lo indispensable para pasar mis brazos y ajustarme el cinturón del frente.

Al mencionar lo de la tentación, vale indicar que sentí el impulso de otras opciones pero las descarté por una cuestión de género, adoro ingresar en estadísticas no previstas.

Así que listo: la soga negra logrará un efecto cinéfilo en mi piel tan pálida, con un acabado sedoso -me molestaba la idea de algo rústico raspándome-, no voy a subestimarlos narrando la precisión con la que está colgada, el cartel rojo sobre mis pechos desnudos con las bellas letras doradas que dicen “¡Váyanse al Carajo”, mi cuerpo en cuidada depilación, maquillaje y aseo, perfumada; no quiero a nadie confundiendo el hecho con depresión por mi “estado de dejadez”, luego pateo la escalera, el peso de la mochila me tira –¡nada más ridículo que quedar pataleando por minutos!-. Ya intuyen: detesto cualquier imprevisto chapucero justificándolo en lo espontáneo. Averigüé los detalles y cuando la humanidad comenzó a ser un poco decente empezaron a realizarlas calculando el peso y sumándole piedras en los pies; si sé que opinan igual, es mejor la mochila, suple el mismo resultado y en lo estético: la diferencia es notable, y ¡Fin!, termino con todo.


Iba a decir el ansiado “uno”, cuando escucho el timbre, como supondrán estoy más que ocupada como para dispensarme de los buenos modales así que iba a eludirlo y seguir en lo mío, no obstante resultó tan ¡odiosamente insistente!, y de sólo pensar que en lugar de la sonrisa que iba a desorientar a todos, iba a aparecer un rictus de fastidio…

¿Quién, quién, en plenas vacaciones de verano?


 
 
 
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